La Revolucion de Octubre: El “Pasado de una Ilusion”





Por : Teresa M.G. Da Cunha Lopes y Ma. Elena Pineda Solorio

La historia de Rusia en el siglo XIX nos descubre un país atrasado, con unas estructuras políticas y estatales rígidas, de espaldas a los movimientos liberales que se consolidan en el resto de Europa. La derrota zarista en la guerra de Crimea, a mediados del siglo XIX, obligó a poner en marcha algunos cambios. Las reformas emprendidas decretaron la abolición de la servidumbre, lo que posibilitó la aparición de una mano de obra que tendría gran importancia en el desarrollo industrial posterior. Sin embargo, la apertura política, lejos de llevarse a cabo, se evitó por todos los medios, radicalizando más, si cabe, a los pequeños grupos de oposición revolucionaria, especialmente anarquistas y marxistas. La industrialización, comenzada en 1890, trajo consigo la aparición de una clase industrial que reivindicó las ideas liberales, pero que olvidó la miseria del nuevo proletariado retratada magistralmente por Gorki, en la novela “La Madre”.

De este modo, la revolución de 1905, inmortalizada por Serguei Eisenstein en la película “El Acorazado Potemkin”, enfrentó a la anticuada autocracia zarista (la vieja nobleza, el ejército y la Iglesia Ortodoxa) con los dos nuevos grupos formados en los últimos años del siglo XIX, siendo un movimiento reivindicador impulsado por los valedores de las ideas liberales y, a la vez, una revuelta obrera y campesina. Una serie de concesiones liberales, como la creación de un Parlamento (la Duma) tranquilizaron a la clase urbana; y la formación del primer soviet de diputados de San Petersburgo relajó los ánimos en las clases más desfavorecidas.

En febrero de 1917, en plena guerra mundial, la situación volvió a repetirse. En esta ocasión las protestas sólo se detuvieron en la abdicación del Tsar Nicolás II. De nuevo el frente fue doble: un Gobierno provisional de corte liberal acabó con el poder de la autocracia y reconstruyó el soviet de 1905.

A partir de la revolución de febrero regresaron numerosos revolucionarios al país, entre ellos Lenin, quien dedicó sus esfuerzos a analizar la situación y preparar la definitiva revolución. En sus “tesis de abril” definió los acontecimientos de febrero como una revolución burguesa que daría paso a una revolución socialista. El triunfo de la revolución de octubre terminó todo un periodo de entusiasmo transformador, de agitación social, de movimiento de masas, de creación continua de soviets locales. Supuso la ruptura con el Gobierno liberal y el comienzo del Estado socialista.

La línea de tiempo de la Revolución de Octubre (25 de octubre, según el calendario juliano, que se encontraba aún en uso en Rusia en esa época; 7 de noviembre según el calendario gregoriano, adoptado a partir de 1918) es un modelo clásico de golpe de estado. Lenin, recién llegado del exilio al inicio del año, antepuso como primera labor la construcción del Estado socialista proletario. En la madrugada del 25 de octubre de 1917, el líder bolchevique, Lenin, llegó a la sede del Sóviet de Petrograd, intensificándose entonces las acciones del Comité contra el gobierno provisional de Kerensky, abandonándose toda referencia a la pura defensa de la revolución y adoptando medidas para crear un nuevo gobierno revolucionario antes de la apertura el mismo día del Segundo Congreso Nacional de Consejos.A las 2 de la madrugada tropas del Comité ocupaban la Estación Nikolaievsky y la estación eléctrica de la ciudad. El puente Nikolaievsky fue capturado poco después.A las 6:00 se ocupaba en Banco Estatal y a las 7 caía la central telefónica.A las 8 el Comité capturaba la última gran estación de ferrocarril, la de Varsovia.A las once de la mañana, ante la situación desesperada en la capital, Kérensky abandona la ciudad camino del frente con el objetivo de reunir tropas leales que aplasten la revuelta, ya victoriosa en Petrograd.


En su mayor parte, la revuelta en Petrograd se efectuó sin derramamiento de sangre. Las tropas dirigidas por los bolcheviques, se hicieron con los principales edificios gubernamentales donde encontraron poca oposición antes de lanzar un asalto final sobre el Palacio de Invierno durante la noche del 7 al 8 de noviembre y capturar la familia imperial.

Tras disolver la Asamblea Constituyente, convocada por el Gobierno provisional con anterioridad a la revolución de octubre, se aprobó la creación de la República Soviética Socialista Rusa y comenzó la elaboración de una Constitución que fue presentada en julio de 1918. Su principal tarea era la de establecer la “dictadura del proletariado urbano y rural y del campesinado pobre”, justificada como un instrumento provisional para “establecer progresivamente el socialismo, en el que no habría ni división de clases ni poder estatal”. La articulación de la dictadura del proletariado la realizarían los soviets.

La disputa sobre si debía predominar el poder de los soviets o de los niveles superiores de la estructura soviética fue resuelta a favor de estos últimos a través del principio del “centralismo democrático”: la fuente del poder eran los soviets, mientras que su ejercicio correspondía al Congreso de los Soviets de Rusia y a su Comité Ejecutivo Central.

La necesidad de vencer en la guerra civil que siguió a la revolución tuvo un tremendo coste material, humano y político para los bolcheviques. Una vez finalizada la misma se procedió a organizar el sistema político más allá de los principios constitucionales que, en ocasiones, poco tenían que ver con la realidad. En 1922, las repúblicas rusa, ucraniana, bielorrusa y transcaucásica firmaron la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y determinaron la elaboración de una nueva Constitución, que sería finalmente aprobada en 1924. Este nuevo texto definía mejor la nueva organización territorial, que se caracterizaba por su complejo sistema de autonomías y por la desigualdad existente entre los distintos miembros que la integraban: repúblicas federadas, repúblicas autónomas y regiones autónomas.

La organización estatal, pese a estas reformas, fue modificada apenas superficialmente al extender los órganos de la República Federal de Rusia al resto del Estado federal. Es más, se avanzó hacia mayores cotas de centralismo político al crearse el Presidium del Comité Ejecutivo Central y destacar por encima del mismo su presidente, que en la práctica ejercía funciones de jefe de Estado.

Tras la muerte de Lenin se enfrentaron dos concepciones distintas del modelo de Estado. La victoria de Stalin supuso el exterminio de toda oposición a su figura, acabó con la presencia de formas de economía privada, puso en marcha los planes de planificación centralizada, agudizó el aislamiento internacional y fijó, como uno de los objetivos principales, el fortalecimiento del Estado.

La construcción del socialismo en un solo país y el refuerzo estatal quedaron reflejados en el texto constitucional de 1936. En él se recogieron los principios económicos y sociales del Estado socialista configurado por Stalin. Entre ellos destacan la propiedad socialista de los bienes de producción (estatal o de los koljoses- cooperativas-), la planificación estatal y el seguimiento del principio “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo”. Como novedad, la Constitución de 1936 incluía el reconocimiento efectivo del Partido Comunista como guía del Estado. Pero en realidad, esta medida tan sólo venía a recoger legalmente la situación existente desde 1921, cuando fueron eliminadas el resto de organizaciones políticas. Mayores fueron las reformas institucionales, que consistieron principalmente en la fusión del Congreso de los Soviets y del Comité Ejecutivo Central en un nuevo órgano: el Soviet Supremo de la URSS. Poco suponían, sin embargo, para un régimen personalista y sometido por el terror estalinista, sustentado en la idolatría y las continuas purgas indiscriminadas.

El periodo conocido como el deshielo, tras la muerte de Stalin, trajo consigo una tímida apertura y una pequeña liberalización del régimen a medio camino entre el reconocimiento de las atrocidades cometidas y la necesidad de articular cambios indispensables para la supervivencia del propio régimen. En realidad, el desajuste entre el sistema político y el texto constitucional hacía recomendable, por mera coherencia interna, una transformación profunda de la Carta Magna. En 1962 comenzó el trabajo para la elaboración de una nueva Constitución, proceso que se vio frenado tras la caída de Jruschov.

La llegada de Brezsniev dio paso a un periodo caracterizado por el inmovilismo económico, el atraso tecnológico, el crecimiento del gasto y de las dimensiones del sector militar, y por la intensificación de la presencia internacional. Hasta 1972 no se reemprendió el proyecto de elaboración del nuevo texto constitucional. Además de su pertinencia, la elaboración de la nueva Constitución permitiría su utilización como propaganda internacional, así como la inclusión de los derechos humanos suscritos por la URSS tras los acuerdos de Helsinki. De todas formas, la nueva Constitución, aprobada finalmente en 1977, no modificó sustancialmente la estructura estatal fijada en el texto anterior de 1936. Una vez más se hacía referencia al objetivo final del Estado soviético: su propia disolución. Paradójicamente, en cada uno de los cuatro textos constitucionales soviéticos, la presencia estatal fue en aumento.

A pesar de las reformas, el sistema soviético comenzaba a dar señales de lo que luego resultó ser una enfermedad incurable. En 1982 murió Brezsniev, siendo sustituido por Andropov y, tras su fallecimiento, por Chernienko. Tras la muerte de éste, en 1985, fue elegido Gorbachov secretario general del PCUS, en un momento en que la imparable crisis hacía evidente la necesidad de introducir cambios en el sistema. Fu el periodo conocido como perestroika (reestructuración), que trajo consigo grandes cambios al relajarse la política exterior, liberalizarse la economía y ganar en apertura política informativa.

Los siguientes años, hasta la desaparición en 1991, fueron años de una lucha descarnada entre dos grandes proyectos, uno que formalmente apostaba por la democracia y el capitalismo, representado por un Boris Yeltsin que pretendía la aceleración de las reformas; y otro de corte conservador, dispuesto a todo con tal de preservar los privilegios alcanzados. Las modificaciones del Estado se reflejaron en las continuas reformas constitucionales llevadas a cabo, entre las que destacaron la celebración de unas elecciones semi-democráticas y el fin del monopolio del PCUS en el sistema político. A partir de este momento, la inevitable y progresiva profundización en los cambios agrandó la distancia entre las posturas intensificando su radicalización a favor o en contra de las reformas.

La oscilación de Gorbachov entre un grupo y otro, la presión nacionalista y el empeoramiento de la situación económica terminó concitando la oposición a su figura, que tuvo su máxima expresión en el golpe de Estado de 20 de agosto de 1991, cuyo fracaso aceleró vertiginosamente los cambios haciendo inevitable la desaparición de la Unión Soviética y la implosión del imperio comunista.
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