En busqueda del “demos” europeo






Por : Teresa M.G. Da Cunha Lopes


El entorno de la política aparece marcado hoy por la individualización y corporación creciente, por la internacionalización de la economía, cultura, política de seguridad, riesgos, etc., por la progresiva disolución de las identidades cívicas abarcadoras, por la dificultad para definir un ámbito público y por la crisis de la acción de gobierno tradicional.

La gran ironía de la democracia de nuestros días es que se ha convertido en el único sistema de gobierno legítimo justo en el momento en que ya no es posible. Coincide con una serie de condiciones objetivas que hacen muy difícil atender a sus exigentes requerimientos normativos. ¿Es necesario seguir insistiendo en una visión “clásica” de la democracia y en tratar de adaptar la realidad a sus principios; o, por el contrario, obrar al revés y modificar dichos principios para ajustarlos a las nuevas circunstancias y desde ahí recuperar un nuevo impulso hacia la tensión perdida?

La tesis de la que se parte es, en primer lugar, que cada vez nos vemos más afectados por decisiones y procesos que eluden nuestro control político directo. En tanto que ciudadanía integrada en un demos, estamos hoy sujetos a un imparable proceso que podría llevar el nombre de “heteronomización”.

La cuestión que aquí se suscita es si disponemos de los medios adecuados para compensar los déficit democráticos derivados de este nuevo desplazamiento de las fronteras de la acción política. En segundo lugar, que este fenómeno coincide también con otras amenazas para el ejercicio de la democracia ,y que muchas de ellas muestran ahora un mayor potencial corrosivo para el sistema como el creciente papel de los medios de comunicación en la vida política y el funcionamiento del código gobierno-oposición.

Para acercarnos a las distorsiones (transformaciones) que hoy sufre la democracia , seguiremos el esquema sugerido por Fritz Scharpf consistente en desarrollar la conocida frase de Lincoln: “Democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.

La democracia es inimaginable sin la previa definición de un demos, un cuerpo ciudadano. Y éste requiere de un contenedor, de un Estado con capacidad para delimitar el territorio en el que dicho cuerpo habita y para regular las condiciones en las que tiene lugar el proceso democrático.

Junto a ello hay que considerar también el elemento identitario, un grupo nosotros que se arroga la capacidad para decidir autónomamente sobre las cuestiones que le afectan. Lógicamente no tiene por qué sostenerse sobre identidades fuertes –étnicas, lingüísticas – pero es el requisito imprescindible para que la ciudadanía como un todo esté dispuesta a aceptar la decisión por mayoría, y sea capaz de percibir un interés general por encima de sus diferencias.

Tradicionalmente, la labor integradora ha competido al Estado, que, allí donde fue necesario, se diversificó interiormente para adaptar su propia pluralidad interna a los requisitos del interés común. Mediante la organización de unidades locales, regionales o federales se generó la aparición de diferentes “ámbitos de democracia” con distintas competencias pero sin que ello afecte a ciertos campos de decisión exclusiva del conjunto.

El problema al que hoy nos enfrentamos es que el doble movimiento de delegación o “devolución” de capacidad decisoria al ámbito local y regional por un lado, y hacia organizaciones supranacionales, por otro, ha colocado al Estado en una situación difícil como sede indiscutible del demos. Algo que se complica aún más en países con identidades nacionales superpuestas. En la UE, nos encontramos con un ejemplo perfecto de este problema.

En esta fractura de la ecuación entre demos y Estado se plantean algunas cuestiones de gran interés:

1. El tipo de homogeneidad requerida: ¿cuál es en realidad la conexión entre demos y etnos? Hoy la excepción la constituyen los Estados en los que coinciden ambas dimensiones. Lo que fue un éxito en Suiza o EEUU, parece no servir del todo para Canadá o España. Y otros demoi tratan de manifestarse sin necesidad siquiera de un ethos subyacente (Padania)

2. La proliferación y superposición de unidades de decisión política, que no siempre encuentran una perfecta relación simétrica. Es el Estado-red de Castells. El doble movimiento de la política hacia lo local y supranacional ha hecho proliferar ciudadanías “metropolitanas”, regionales, europeas y cosmopolitas que se integran con mayor o menor éxito con la ciudadanía nacional.

3. El problema de la inclusión. La inmigración masiva en los países centrales hace que la dialéctica de inclusión/exclusión de los derechos políticos sea uno de los temas más importantes en la agenda de la política.

4. Europa: ¿un demos unitario o concurrencia de demoi? La respuesta a esto suele ubicar a los comentaristas en dos posiciones contrarias. Una está representada por la sentencia del Tribunal Constitucional de Maastricht (1993) según la cual, el principio democrático sólo cobra sentido dentro de la cohesión sociocultural del Estado-nación; la UE sería una mera asociación de estados más que un Estado federal apoyado sobre un supuesto pueblo europeo; el Tribunal recuerda también a la UE la necesidad de respetar la heterogeneidad de las identidades nacionales y culturales de sus Estados miembros. Esta sentencia es incapaz de imaginar una democratización de la UE que no se inserte directamente en los diferentes demoi nacionales.

La opinión contraria está representada por quienes niegan que para que funcione la democracia en el ámbito europeo tengamos que presuponer el mismo grado de condiciones objetivas de las que disfrutan los Estados nacionales. Si la integración sistémica está operando de hecho en el ámbito supranacional ¿cómo es posible que la participación política auténtica se restrinja al nivel nacional?.

Para superar a este desfase, Habermas opina que sería preciso el desarrollo de una identidad posnacional apoyada sobra instituciones políticas y jurídicas comunes y facilitada por una red comunicativa intraeuropea firmemente encarnada en un “espacio público europeo” capaz de abarcar una sociedad civil continental, con asociaciones civiles, movimientos ciudadanos etc.

Este desfase entre las unidades de decisión democrática formales y las prácticas y fuerzas reales que afectan a los ciudadanos es el aspecto más relevante de la nueva situación.

Pero una cosa es decir que sería deseable la profundización democrática en la UE y la búsqueda de tal demos europeo, y otra que éste efectivamente exista.
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