Elecciones pacificas y beligerancia callejera... Por Julio Santoyo

columnista
Por Julio Santoyo Guerrero


La beligerancia callejera, el encono político y la violencia no son compatibles con los valores de la democracia electoral. Cuando en 1994 el país se conmocionó, primero con el levantamiento zapatista en Chiapas y luego con el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, hubo quienes interpretando aquellos hechos, pensaron que en la elección de aquél año el priismo, de alguna manera en el centro de los cuestionamientos de los indígenas armados y de la opinión pública consternada por la muerte de Colosio, sería castigado irremediablemente en las urnas y perdería la elección a favor del candidato de la izquierda Cuauhtémoc Cárdenas. El resultado electoral de aquella jornada dejó pasmados a muchos y sin una explicación convincente de lo que había ocurrido. ¿Cómo era posible que eventos tan dramáticos como la insurrección indígena y el asesinato del candidato presidencial no fueran suficientes para tumbar electoralmente al septuagenario régimen de partido de estado, si cada uno de esos eventos apuntaba culpabilidades hacia ese partido? La primer respuesta casi en automático y apelando al pasado reciente fue la de explicar la derrota de la izquierda por otro fraude electoral, pero sin sustentos decisivos se desvaneció al paso del tiempo. Aquél año la izquierda alcanzó una de sus mejores votaciones, pero la del PRI fue aún más abundante y la distancia entre Zedillo y Cárdenas fue arrolladora. La cercanía y coqueteos del perredismo y de varios de sus líderes con la insurrección armada zapatista fue letal. Los electores no pretendían ni la lucha callejera ni la lucha armada y prefirieron otorgar su voto a quien desde las instituciones, por cuestionadas que estuvieran, les dieran la certeza de la paz social.

Aquella lección parece que no ha sido comprendida del todo ni por las izquierdas opositoras ni por la derecha gobernante. Los estrategas de AMLO lograron que conceptualmente su candidato asumiera el discurso de la "república amorosa", en evidente reconocimiento a que no se ganan votos con el puño cerrado ni con un lenguaje amenazador y denostativo, pero no han logrado que muchos de sus seguidores abandonen los viejos lenguajes y las viejas prácticas. Si bien el discurso y la actuación moderada de AMLO le ha dado buenos resultados y ha superado a Vázquez Mota en las preferencias electorales, muchos de los aliados del perredismo desde los gremios y las organizaciones sociales actúan en la dirección contraria mandando al electorado una señal confusa sobre la sinceridad y coherencia del candidato de la izquierda. La morosidad y el titubeo en el deslinde y condena contra quienes han aparecido confrontando a Peña Nieto en los eventos electorales de éste no le ayudan. Parece que no alcanza a comprender que esos eventos bien replicados por los estrategas del priismo lo debilitan y en cambio fortalecen al PRI.

La mayoría electoral nunca votará por quienes identifica con la violencia porque es un contrasentido. Se va a las urnas porque el hecho mismo de votar es un acto de paz.

Antes que votar por el candidato el elector está optando por un método consensuado de cambio, el de la elección pacífica para que el poder pase de un partido a otro en paz y este trabaje por la paz. La opción de la beligerancia callejera es otra, y casi siempre representa la voz de algunos, que no siempre son mayoría y que implica necesariamente confrontación y muy probablemente imposición. La única posibilidad de construir mayorías nacionales y legitimidad legal y política, más allá de los reclamos justos de grupos sociales, es a través de elecciones libres y democráticas, con todo y lo imperfectas que puedan ser.

El problema de la violencia y la inseguridad nacional no es un asunto menor y ha influido notablemente en las expectativas electorales de los mexicanos. Es un tema sobre el que los ciudadanos quieren escuchar propuestas viables que alienten su confianza en que el futuro puede ser mejor. Esta encrucijada no la ha podido superar la abanderada panista y no se ha podido sacudir los efectos del cuestionamiento que muchos hacen de la política sexenal de su partido. La opción por una política de violencia ahuyenta al elector y aunque esta sea legitima (la utilizada contra la delincuencia organizada), no es del todo aceptada. En ambos casos: la falta de deslinde de la izquierda de la beligerancia callejera y la violencia física en los actos de campaña de Peña Nieto y la ausencia de un discurso alternativo a la violencia legítima institucional para enfrentar al narco de la candidata Josefina Vázquez Mota, debilitan sus posibilidades electorales. En 11 días podrían, si quisieran y estuvieran convencidos, modificar las percepciones electorales para hacer de la elección del 1 de julio una elección de 3 y no dejarla como hasta ahora, una elección de uno.
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