Sano es discordar pero mas util es acordar… Por Julio Santoyo

Por Julio Santoyo Guerrero

La unanimidad como proyecto político de una sociedad es imposible. Quienes así han soñado han terminado construyendo pesadillas terroríficas que los pueblos han pagado con sufrimiento moral y con la muerte. Solo muy pocos objetan que la aceptación de la pluralidad, la tolerancia y la inclusión son hasta ahora los mejores principios para convivir en sociedad a pesar de las dificultades naturales que un proyecto así conlleva. La divergencia es un motor vital de la democracia que virtuosamente realizada da buenos resultados. Alienta la creatividad, genera contrapesos, atiza la alternancia, remueve y renueva consensos, incentiva la competitividad política y ajusta cualquier gobierno ante los reclamos (económicos, políticos, culturales, educativos, de género, de etnia, laborales, religiosos, ideológicos), de grupos de la sociedad.

Un aspecto interesante que la evolución de la democracia mexicana ha logrado tiene que ver con la explosión de los proyectos divergentes. Muy probablemente esto tenga que ver con una actitud implícita de rechazo social hacia los autoritarismos y hacia el pasado inmediato de un México fincado ideológicamente en un proyecto unificador de "nacionalismo revolucionario" que excluyó y sepultó durante décadas la diversidad mexicana. Pero así como la ideología del "nacionalismo revolucionario" era refractario a tender puentes a lo diverso, los proyectos divergentes parecen haber heredado esa misma característica refractaria para construir ahora puentes en aras de los acuerdos nacionales. Esta balcanización de baja intensidad, que obstruye los consensos e inhibe la construcción de una cultura política de acuerdos, ha venido alentando la confrontación y entumeciendo las posibilidades para la convergencia de compromisos para bien de la república. La experiencia nacional, acumulada desde la década de los 90´s del siglo pasado, está hecha -con poquísimas excepciones-, de un superávit de desacuerdos y déficit de acuerdos en el ejercicio del poder ejecutivo y del poder legislativo. El resultado, una semiparalisis de la productividad legislativa, el congelamiento y olvido de las reformas de estado y el desaprovechamiento de las coyunturas contemporáneas que en el ámbito internacional y nacional ha tenido México para su desarrollo económico y político.

Qué bien que los aspirantes presidenciales nos hablen de sus discrepancias y contrasten sus propuestas. Así sabremos el qué y el cómo, en qué contexto y la viabilidad de sus ofertas. Pero no debieran olvidar que el que gane necesariamente tendrá que contar con la anuencia de los otros para hacer realidad sus políticas públicas. Que necesitará los votos del senado plural, de la cámara de diputados plural, de los congresos locales plurales, de los gobernadores plurales y de los presidentes municipales plurales para poder aprobar los acuerdos que le autoricen para caminar en la dirección ofrecida.

Hasta ahora no he escuchado a ningún candidato hablar de su estrategia para lograr los acuerdos que necesitará para gobernar. Ninguno se ha atrevido a proponerle abiertamente a las fuerza políticas adversarias una agenda precisa de compromisos y acuerdos para que todo su programa pueda marchar. Sus propuestas son ideas que no tienen pies, ni manos, ni dientes. Parten falsamente de la premisa robinsoneana de que ellos por sí solos pueden. No se han dado cuenta, no quieren reconocer que al país le ha hecho un daño atroz la falta de acuerdos de la clase política y de sus partidos, y que ese defecto lo cuestionan ordinariamente los ciudadanos de a pie con la frase "ya pónganse de acuerdo, ya pónganse a trabajar". Si se ponen de acuerdo en alianzas electorales pragmáticas para elegir a un gobernador, a un diputado, a un presidente municipal, por qué entonces no le dan el mismo valor a las políticas de estado y se ponen de acuerdo en ellas.

Es útil, extremadamente útil acordar. Si los aspirantes no tienen una política consistente de acuerdos todo su programa es demagogia. La pluralidad política va de la mano con las ideas operativas de alianzas, acuerdos, compromisos. Nos debieran ofrecer, cada cual por su parte, un compromiso "ecuménico" por México, el compromiso de que el próximo sexenio será el sexenio de los grandes acuerdos políticos que le darán a México las reformas que tanto tiempo han estado esperando. Una campaña electoral no se debe ganar sólo intensificando el contraste, se tiene que ganar ante todo amplificando la capacidad estratégica para el acuerdo. Creo que eso esperamos muchos mexicanos.
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