Democracia de Babel… Por Julio Santoyo #Michoacan

Por Julio Santoyo Guerrero


Hemos pasado de un régimen de partido único, con un presidencialismo fuerte que permitía tomar decisiones a partir de decisiones centralizadas, disciplinadas que hacían posible la casi unanimidad, a un régimen más abierto, con partidos políticos fuertes que hacen real la alternancia en todos los ámbitos del gobierno, que ha configurado contrapesos efectivos en los tres poderes instituidos, con verdadera pluralidad que deja sentir su fuerza en la toma de decisiones y que no permite ahora la unanimidad.

Y no es malo que ahora haya efectivos contrapesos y una pluralidad que modifica el sentido de las decisiones y que permite la puesta en público de los más variados puntos de vista que surgen desde la sociedad y de los actores más diversos. El problema es que los actores protagónicos de nuestra democracia se están deteniendo demasiado en el terreno de la deliberación, de la descalificación, de la discordancia, del cálculo inmediatista que regatea en extremo los apoyos para que los gobiernos funcionen. Como resultado estamos teniendo una democracia paralizada a la hora de las decisiones trascendentales e improductiva a la hora de generar incluso acuerdos básicos para poner en funcionamiento acciones locales.

Tal vez el peso de cierto pasado y el temor a las regresiones autoritarias nos empuja a aceptar con resignación esta democracia improductiva, creyendo que más vale la mucha discrepancia de todos antes que la unanimidad centralista de uno o sólo unos. Y hemos hasta creído que es una extraordinaria virtud esta babelización de nuestra democracia, que es bueno que tantos discursos existan y que es sano que la discordancia no permita el acuerdo pues eso cura toda tentación autoritaria. Y no hemos volteado los ojos a la faceta más valiosa de toda democracia, aquella que señala que una vez expresadas todas las voces se hace necesario construir acuerdos o bien atenerse a la mayoría para tomar determinaciones. La acción de los gobiernos de nuestra democracia mexicana babelizada teme recurrir a la mayoría para tomar decisiones y en su lugar destiñe sus propuestas y las decolora buscando que todas las minorías las acepten, y lo único que logra son decisiones políticas amorfas que o bien dejan las cosas como estaban antes o bien terminan profundizando los temas que se proponía resolver.

Los indicadores de productividad legislativa del Congreso de la Unión y de las legislaturas locales -de las cuales la semana pasada dio cuenta "integralia"-, son sólo un ejemplo de esta babelización de la democracia y de la improductividad. La atonía de muchos gobiernos locales y municipales que sólo ven, opinan y dejan pasar, es otro ejemplo de lo que bien pueden denominarse como "gobiernos autistas", que encubren su inacción en una interpretación falas de la inclusión, la tolerancia y la pluralidad.

El nuevo gobierno federal, incluyendo el nuevo ejecutivo federal y las nuevas cámaras de diputados y de senadores, lamentablemente están naciendo con este estigma. La sombra de la ilegitimidad del que será presidente de la república a partir del 1 de diciembre estaría matando las necesarias fortalezas que este necesita para ejercer su mandato si el mismo no modifica en la práctica las reglas del juego político democrático trasladando el peso de la acción política a la productividad del gobierno a partir de la constitución de nuevas mayorías.

Es imprescindible desbabelizar nuestra democracia y comenzar a hablar por lo menos la misma lengua, a ejercer los mismos códigos democráticos y a privilegiar la productividad del poder para el bien común. Si en aras de cierta interpretación ideológica de la democracia se continua privilegiando la confrontación, la deslegitimación y el regateo para el acuerdo y el consenso, no lo dudemos nos estará esperando otro sexenio de parálisis, de pérdida de oportunidades para el desarrollo. Ojala y no sea así. Ya muy caro lo hemos pagado.