Violencia derrotada... Por Julio Santoyo


julio-santoyoPor Julio Santoyo Guerrero

Un viejo decir en el campo de alguna izquierda en un cierto momento de la historia, que algunos tomaron como dogma irreductible para todos los tiempos, afirmaba que la violencia era imprescindible para el cambio revolucionario. Negaba este razonamiento que los cambios pudieran provenir del uso de los medios pacíficos. Y negaban cualquier implicación “revolucionaria” a los cambios ocurridos por las vías de la paz.

Y cuando algunos políticos de izquierda hablan de la violencia como vía justa y purificadora de cualquier cambio “verdadero” sólo recurren a la historia, a segmentos de la historia, a manera de evocación romántica destacando la opresión y ausencia de libertades de los pueblos que optaron por la violencia para ocasionar el cambio. Pero nunca hablan de las consecuencias inmediatas de la violencia.

Eliminan los interminables episodios de crueldad sanguinaria que toda violencia desata, se olvidan de la destrucción cruenta de la vida y de los medios económicos, de la penuria humana que le sigue, y tampoco de los nuevos gobiernos, que resultado delafuerza de las armas se hacen del poder, para casi siempre dar continuidad a la violencia e imponer un nuevo orden basado esencialmente en la misma estructura de métodos violentos y de control y limitación de las libertades de las personas.

El ejemplo paradigmático más reciente en la historia universal ocurrió en el siglo XX en la Rusia zarista luego rebautizada como la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Los horrores del archipiélago Gulag y los exterminios estalinistas motivados por la justificación “revolucionaria” del nuevo estado hicieron palidecer y ver los métodos de represión zarista como ingenuos juegos de niños.

Los destierros a Siberia y las cárceles zaristas jamás compitieron en terror y dolor humano contra la perversa capacidad para ocasionar daño contra toda expresión opositora. No es fortuito que el fin de la URSS a finales de los 80´s viniera de las manos de los millones de ciudadanos de esos países que por vías pacíficas echaron del poder no sólo a sus gobernantes sino a un sistema económico completamente ineficaz y obsoleto.

De cuando en cuando, en momentos en que México atraviesa por coyunturas locales cercanas a la ingobernabilidad, aparecen apologistas de la violencia que quisieran, al modo de la vieja consigna bolchevique, que la chispa incendiara la pradera. Pero carentes del mínimo talento y sensibilidad (que los bolcheviques sí tenían), para entender el ánimo de los mexicanos, confunden su estado personal de inconformidad con el sentir de todos los mexicanos y creen que bastan unos garrotazos, un cerillazo a un edificio, una piedra contra un ventanal, unos rostros enmascarados y una consigna incendiaria para que 112 millones de personas salgan a las calles cantando “Mexicanos al grito de guerra”. Olvidan un dato crucial, que en las elecciones de julio del 2012 fueron a las urnas 46 millones de ciudadanos. Es decir, que los mexicanos prefieren sufragar, tomar pacíficamente una boleta y decidir en paz, con todo y las limitaciones de nuestro sistema electoral y nuestro sistema de partidos, antes que tomar un garrote, un cerillo, embozarse o disparar una pistola.

La violencia que hemos presenciado en las últimas semanas no prosperará como opción política. Ocasionará, como ya está ocasionando, el mayor descrédito, aislamiento y derrota a quienes la están promoviendo. Si había alguna razón, algún argumento serio atrás de su inconformidad, ahora con la andanada de acciones violentas sólo queda la destrucción y el agravio como argumento. De las razones ya nada queda. De esos métodos sólo se ha derivado el daño al propio “pueblo” que dicen “representar”.

La violencia está derrotada de antemano en México. Nuestro sistema democrático, si no perfecto (eso no existe), es plenamente suficiente para dar cauce a la discrepancia y al diálogo. Los mexicanos no estamos en ánimo para la violencia. De por sí repudiamos y sufrimos cotidianamente la violencia de la delincuencia organizada. Abrir otro campo para la violencia es de insensatos y los mexicanos no lo somos. La violencia, independientemente de la justificación ideológica o económica, es en esencia un acto de brutalidad antisocial cuyos efectos nadie quiere, ni en la sala, ni en el patio de su hogar.Quien hace de la violencia su programa de acción suele sucumbir siempre bajo las acciones de odio que una vez encendió. Robespierre es sólo un ejemplo que ilustra con claridad y dramatismo esa lección de la historia.

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