La tecnocratizacion de la politica: Por Teresa da Cunha





Por: Teresa M.G. Da Cunha Lopes


Las dificultades habituales para acceder a un amplio conocimiento de lo que acontece en la política y para evaluarla con autentica capacidad de juicio, se han incrementado a medida que aquélla se ha ido especializando y haciendo más compleja.

Un gran número de decisiones políticas se apoyan en el ‘conocimiento experto’, o sea de técnicos de todo tipo adscritos a diversas instituciones. Esta ‘inteligencia’ especializada o nueva tecnocracia nos somete, según Dahl, a una nueva forma de tutela a pesar de que no puede defenderse la idea de que esas élites técnicas gocen de un conocimiento moral superior o más elevado respecto a lo que constituya el ‘interés público’.

Estas élites técnicas, son hoy en día omnipresentes en los gabinetes nacionales, estatales o supranacionales bajo la percepción de que son indispensables para ayudar a pilotar sistemas políticos complejos. Tecnócratas, spin-doctors, think-tanks, o los clásicos asesores marcan las pautas de la acción política y constituyen una especie de caja negra impenetrable a la mirada ciudadana.

El problema no reside en la aplicación del conocimiento experto, sino en su extensión a campos en los que dominan las contingencias, cuando tiende a suplantar la discusión y el debate público por considerarse que responden a imperativos científicos o están en la naturaleza de las cosas, algo cada vez más habitual en las medidas de política económica.

El riesgo para los sistemas democráticos es que hoy en día, los tecnócratas, spin-doctors, think-tanks han sustituido al ‘demos’, o sea a los ciudadanos.

Ahora bien, la democracia es inimaginable sin la previa definición de un demos, un cuerpo ciudadano. Sin embargo, un caso ejemplar en que el ‘demos’, o sea el conjunto de los ‘cives’ ha sido secuestrado por los tecnócratas es el de la Unión Europea inmersa en la crisis de la Zona Euro.

Europa muestra claramente las insuficiencias de un sistema democrático apoyado fundamentalmente sobre arreglos jurídicos-institucionales estructurados por los tecnócratas y negociados por las cúpulas, que suele ignorar otros aspectos sociales y estructurales más profundos. Entre otros, la ausencia de un intenso y compartido sentimiento de identidad que facilite el desarrollo de la solidaridad entre Estados o una autentica esfera pública paneuropea.

Las carencias derivadas de la falta de medios de comunicación no mediados por el filtro nacional, o el escaso rendimiento representativo de los partidos y asociaciones en el ámbito europeo constituyen también obstáculos evidentes.

La expresión clave para reflejar esta situación es la de ‘déficit democrático’.

Frente a esta situación caben dos opciones: o bien proseguir en la democratización de las instituciones europeas, de forma que las que son representativas de la Unión cobren más fuerza que las que representan intereses nacionales; o bien concentrar los esfuerzos sobre el Estado-nación europeizando su misma política interna.

Esta última propuesta asume como hecho evidente la imposibilidad de trasladar hoy los presupuestos de la democracia nacional al ámbito europeo, y aboga por la necesidad de introducir más profundamente las cuestiones europeas en la política interna de cada país miembro.

Ello conduciría a una mayor participación de los ciudadanos en los temas que luego serán objeto de negociación en el ámbito superior.Pero también permitiría incorporar a la discusión pública la realidad de la interdependencia internacional y las posibilidades de la solución negociada cooperativa.

El objetivo aquí es incorporar a los otros; no se trata ya de que las élites políticas recojan una ‘determinada voluntad popular’ y traten de imponerla después en el proceso negociado en manos de los tecnócratas, sino de que esa voluntad nacional se conforme ya desde la anticipación de los intereses de los otros.

Esto contribuye a sacar a la luz dos de los grandes problemas de la democracia de nuestros días.

El primero se refiere a la propensión de la democracia actual a favorecer el regateo entre intereses plenamente conformados y compactos, en vez de fomentar la discusión apoyada en argumentos racionales.

El segundo problema se concreta en el clásico dilema de nuestros días: la verificación de que un gran número de problemas con los que nos encontramos en el marco del Estado-nación no pueden ser resueltos directamente en este ámbito, requieren soluciones que pasan por la cooperación comunitaria; pero que, por otra parte, sólo puede hablarse de política democrática propiamente dicha dentro del mencionado espacio nacional.

Y aquí reside la paradoja a la cual tenemos que dar una respuesta: la cooperación no es algo opcional, es una necesidad irrenunciable; pero la democracia también lo es, o sea el ‘demos’ no puede ser sustituido por el ‘spin-doctor’o por los asesores de la Troika.


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